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Con la frente marchita

“He odiado el triple desde hace veinte años”. Veinte años, cualquiera pensaría que lo odia desde 2015, pero no, desde hace veinte años… Me da la sensación de que aquí el verdadero problema es que no hemos entendido bien la letra del tango, que cuando Gardel decía que “veinte años no es nada”, lo que quería decir es que veinte años son muchos. Que lo verdaderamente importante es que el paso de dos décadas le deja a uno con la frente marchita y las sienes plateadas, y lo demás no importa. Y lo cierto es que hace exactamente 22 años, cuando firmó por los Spurs, las sienes de Gregg Popovich seguían siendo doradas, y su frente estaba mucho más tersa.

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Lo curioso es que en estas últimas dos décadas de odiar el triple, el bueno de Gregg se ha llevado nada menos que cinco títulos a San Antonio. Yo le entiendo, que conste, es cierto que últimamente se está perdiendo parte de esa belleza táctica ajedrecística que tenía el baloncesto. Ya se sabe, distintas piezas, cada una con un valor, capaces de distintos movimientos conjuntadas armónicamente por la mente del jugador para vencer la partida. Es verdad que ahora se está empezando a imponer el análisis de variantes y estadísiticas propio del ajedrecista electrónico que se hizo hegemónico con Deep Blue. Lo cierto es que entonces perdimos algo más que una partida, perdimos la hegemonía sobre un juego que habíamos inventado nosotros. Algo así deben sentir los ingleses con el fútbol. ¿Teme Popovich que las máquinas comiencen también a controlar su deporte? En el fondo, si nos fijamos, el baloncesto se sigue basando en el pick & roll y el pase extra. Lo mismo que entrenábamos en el patio del colegio, entre la niebla, con los dedos rojísimos. Lo que pasa, pensará Popovich, es que le han cambiado las torres por alfiles. Ahora los equipos salen con “tres bajitos de 2,08” que las enchufan, como dijo Marc Gasol en 2015 después de una serie intensa de playoffs contra la revolución de Kerr. 

Los que empezamos a jugar a esto a principios de los noventa nos pensamos que el triple ha estado ahí toda la vida, pero resulta que el invento no fue de James Naismith, ni mucho menos, de hecho, se puede decir que es de hace cuatro días. Os invito a que reviséis vídeos de los años setenta, a ver si la encontráis. En aquella legendaria final de los Juegos Olímpicos que jugaron Jordan y Romay, por ejemplo, no estaba. ¿Echa de menos Popovich aquellos tiempos gloriosos en los que los hombres altos reinaban? Es una pregunta interesante, pero la pregunta importante sería, ¿por qué? Un tipo de la misma generación que Popovich, leyenda viva del juego y excelente entrenador, Larry Bird, decía hace poco al New Yorker: “Hace cerca de veinte años estaba realmente preocupado de que los jugadores pequeños empezaran a no tener sitio en la NBA, que ya solo lo hubiera para los bases más grandes, como Magic Johnson. Pero entonces los jugadores empezaron a lanzar triples y de paso a ensanchar la pista”, y seguía “estos jugadores de hoy tiran de más lejos y con mayor precisión. Incluso tienen más libertad para anotar. Y el balón se mueve también mejor”, y sentenciaba “uno siempre pensó que mi era fue la mejor. Pero ya no estoy seguro de eso”. Es curioso cómo dos declaraciones tan opuestas sirven para señalar una misma realidad: el small ball del equipo de Sillicon Valley ha cambiado el baloncesto. Y es justo en este momento cuando ha aparecido un base de 2,08 que ha logrado convertirse en una estrella de la liga en su primera temporada sin meter ni un solo triple, ni uno.

Bromeaba Popovich al proponer pintar líneas de cuatro y cinco puntos. Cada cierto tiempo se plantea seriamente la necesidad de ir alejando cada vez más del aro la línea de tres. Puede que Popovich fantasee con el día en que se aleje tanto que se salga fuera de la cancha. Puede que Ben Simmons también. Personalmente, creo que el verdadero problema de Popovich no está en el triple. En todos los países que han tenido un régimen totalitario en los últimos cincuenta años se puede encontrar uno con ancianos que añoran los tiempos de la dictadura, la que sea. No nos engañemos, casi nunca se siente nostalgia por unos años concretos del pasado, por un periodo o una época, lo que verdaderamente se añora es la juventud perdida.

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